Ya sabemos todos que hoy mandan los mercados a los gobiernos. Conocemos asimismo que somos impotentes a las grandes decisiones, aquellas que de alguna forma determinan futuros y encadenan desenlaces, nos gusten o no. Al fin y al cabo eso mismo es lo que pasa en nuestras vidas cuando no controlamos ni la salud, porque un día se tuerce, ni la amistad, porque otro día se rompe, ni el amor, porque surge un desengaño.
Tenemos la tendencia de controlarlo todo, o por lo menos de influenciar en los entresijos que nos rodean para, de alguna forma, moldearlos a nuestros impulsos, a nuestras medidas y espacios, a nuestros esquemas de comportamiento, a lo que nos complace por encima de todo.
Pero nada es como parece o pretendemos. Ni siquiera lo más cercano y próximo podemos dominarlo al antojo que apetezca, ni los planes a medio o largo plazo nos sirven, porque lo que hoy es así, mañana es de otra manera.
Si lo que ayer fue lluvioso hoy es soleado, y nada podemos hacer para cambiar los rumbos y caprichos del tiempo, ¿qué podemos hacer con los gustos, en ocasiones no compartidos, de las personas que queremos en nuestro ámbito más cercano? Y si para los gustos no hay nada escrito, porque cada uno siente lo que le parece, ¿qué decir de las decisiones profundas y determinantes, que parece que nos alejan todavía más?
Nada. No se puede hacer nada. Hay cosas en la vida que nos podrán gustar o no, que aceptaremos en primera instancia o en segunda convocatoria, pero finalmente asumiremos como hechos irrefutables. Son más dolorosas cuando ni se está capacitado para intervenirlas, ni para modificarlas, ni para darles una completa vuelta. Sucede todos los días y ocasiona nerviosismo, malestar, desazón, rebeldía.
Mas no nos atormentemos más de lo necesario, pues la prevención no es buena consejera cuando alguien aprende del error. Dejemos las cosas como están y entornemos la puerta. No deben cerrarse nunca por si acaso. Por si en un imprevisto día se abre y la amarga despedida no fue del todo cierta. Los ultimátum debieran desterrarse, no sirven nada más que para asustar. Pasado el trance de la duda ¿quién reniega de lo que dijo o prometió?
Dejemos las puertas entornadas. Puede que alguien regrese y la cierre por dentro, nos salude, nos abrace y se quede sin protestar, sin venganzas, sin reproches, devolviendo el beso olvidado.
Dejemos la puerta entornada porque las llaves, en mi universo, condicionaron sospechas, desataron las dudas y malgastaron el tiempo. Porque prefiero las puertas para que entren las personas apreciadas, no para que salgan los seres confundidos.
Música sugerida: VERITA. Josh Groban
QUÉ NOMBRE TAN CORTO...
Hace 8 años
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