Sucedió una vez que un niño caprichoso, obeso de comer chucherías conseguidas por chantaje emocional, dueño de su universo y del entorno de los demás, le pidió a su padre una montaña de patatas. Quería ver, por un imprevisto antojo de su mente infantil y mal criada, una montaña de patatas en la era. El terreno, ahora hay que decirlo, era una finca de su padre, rico y casi latifundista, que cultivaba todo género de productos agrícolas y que rascaba dinero de las subvenciones oficiales para encubrir su portentosa fortuna.
El niño mimado quería ver en la era una montaña de patatas. Se le ocurrió así, de repente. Y el padre, rico en dineros pero escaso de recursos educativos, ordenó al encargado que trajera unos sacos de patatas y los esparciera en la era. No fue suficiente porque el niñato, haciendo pucheros y amenazando con romper a llorar, exigió una montaña más grande y más alta.
El padre, harto de ver a su hijo tan compungido, le dijo al encargado que trajera un remolque y lo vaciara en la era. Así lo hizo el hombre con la disciplina que le caracterizaba, pero ese esfuerzo resultó inútil. El desgraciado niño quería más, y lloraría sin parar hasta que no se transformara la era en una gran montaña de patatas.
El padre de la asquerosa criatura, muñeco diabólico, le dijo al capataz que comprara todas las patatas del término municipal, y que las expusiera en la era de los cojones. Así lo hizo el encargado, talonario en mano y, a la mañana siguiente, llegaron a eso del mediodía hasta veinte camiones de patatas que depositaron, kilo a kilo, en la era también de los cojones.
Extendidos los tubérculos en una llanura cuyo horizonte y altura asustaban hizo llamar el padre a su hijo de los cojones y le dijo: “Aquí tienes lo que querías. ¿Estás contento?”.
Pero el niño de los cojones no respondió. Apuraba una coca cola con su pajita colorá y simplemente sonrió.
Aún nos parece exagerada la historia pero, si no nos ponemos las pilas y se educan a los hijos como hay que hacer, se harán hijos pijos de los cojones y se perderán en la imbecilidad generaciones enteras. Yo habría enterrado al niño media hora bajo de la montaña, pero no era el mío.
Prefiero los niños que sueñan con fantasías más hermosas y que no acumulen patatas para digestión de la vista.
Música sugerida: EL NIÑO QUE QUERÍA IR A LA LUNA. Agua Viva
QUÉ NOMBRE TAN CORTO...
Hace 8 años
A mi de pequeño me enterraban bajos las patatas, desde allí la montaña era inmensa.
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