Uno de mis escritores favoritos es Julio Cortázar. Parece que su enorme humanidad física, aparte de su sensibilidad humana, le concedió una mollera privilegiada para inventar historias, transmitir inquietudes y despertar conciencias. Aquel argentino grandullón escribía cosas que adjudicaríamos a un sabio, pero tenía además mirada de niño, como esas personas muy inteligentes que razonan hasta lo inimaginable y aún les queda ternura en los ojos.
En uno de sus relatos describe cómo un señor, ya mayor, para colmar su necesidad diaria y habitual, la de la lectura tranquila, soleada y bucólica y sin que nadie le moleste, acaba por comprar un metro cuadrado de un terreno en el campo. Sólo eso, pues tan sólo eso es lo que necesitaba. Nada más. Así que para ese trocito de tierra se llevaba todos los días sus bártulos, su silla, su lectura y su transitorio equipaje para estar a gusto consigo mismo y disfrutar de uno de los mayores placeres de la vida, por lo menos de la suya.
Así lo hizo hasta que las habladurías comenzaron a cercar su metrito cuadrado. A las primeras curiosidades del vecindario sucedieron comentarios sobre su posible locura, dándole vueltas a qué rarezas tenía aquel hombre que se encaprichó de un trocito de campo, en un lugar perdido entre rincones y enmedio de nadie. Más pronto las especulaciones dieron paso a las sospechas y hubo quienes creyeron que si el señor compró aquello alguna razón de peso motivó su adquisición.
De modo que empezaron a pulular compradores para ese metro cuadrado, más cuando la sospecha empezó a descartar la locura del propietario y las iniciales dudas dieron paso a otras especulaciones, declinándose finalmente por una causa más material y menos contemplativa; una causa motivada, exclusivamente, por la inversión. Y las sanguijuelas que hay en todas partes, entonces, comenzaron a indagar, preguntar, investigar y, cuando no cabía otra razón por la que aquel hombre escrituró su metro cuadrado, le pusieron precio.
Si un hombre, antes susceptible de demencia y ahora suspicazmente cuerdo, compró tan mísero territorio será por algo. “¿Esconderá el jodido un tesoro?” Se preguntaban los negociantes. Esta historia es un insignificante botón de muestra de que nada ha cambiado y todo sigue igual. Si sospechar de algo, aunque sea de un metro cuadrado, obtiene beneficios no hay tiempo que perder. Así que la tranquilidad de un tranquilo hombre se vio afectada por la impaciencia de las pirañas, depredadoras de sospechas y ambiciosas del dinero, aunque la plata esté manchada de negro y queden sucias las manos, las corbatas, los trajes y hasta las escrituras.
LAS BUENAS INVERSIONES. Julio Cortázar
Música: TALKING TO THE MOON. Bruno Mars
QUÉ NOMBRE TAN CORTO...
Hace 8 años
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