No salgas a la calle si es que aterrizas perfumada, peinada, pintada, dispuesta a comerte el mundo y eres incapaz de decir hola, buenos días, un adiós. No vayas a ningún lado si tu caro perfume, tu pelo de horas laborioso, tus labios de carmín, tu elegante atuendo y tu maquillaje esplendoroso amordazan lo único que es útil y generoso de verdad: la simpatía.
Tantas horas delante del espejo para privar a quienes te rodean del gesto más simple y gratuito, de la actitud más alegre de la vida, de bendecir a los demás con generosa vitalidad, de ofrecer una sincera sonrisa y entregarte al saludo compartido.
Cuántas personas hay, hombres y mujeres, que dedican dinero y energías en complacer sus egos en su alcoba más íntima para resultar hermosas, para pasar por atractivos, para revolucionar con su presencia todo un impacto social para luego, en un segundo, ser fríos como el hielo y desdeñosos de comportamiento.
La bruja de Blancanieves hacía lo mismo. “¿Quién es más bella que yo?”, le preguntaba a la luna de su dormitorio. Pero su aspecto agraciado y radiante era flor de un día. Es de agradecer la autoestima, la complaciente presencia y la lindura exterior, pero el encanto, como en los cuentos, durará lo que un suspiro si no se presume de la mejor elegancia: educación, cortesía, empatía y altruismo.
Llenas están las calles, los ascensores, los lugares de trabajo, los antros de ocio, incluso los rincones olvidados, de gentes coquetas y presuntuosas que están vacías por dentro y respiran aire de difuntos.
Con lo que a mí me gustan las alegrías, las bromas y las miradas comprensivas…
Música sugerida: IN EXCELSIS. Rodrigo Leao
QUÉ NOMBRE TAN CORTO...
Hace 8 años
gran verdad, Juanjo! un beso de los dos pdeudo-madrileños ;)
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