jueves, 26 de noviembre de 2009

LA SEPARACIÓN

Hoy existen, tristemente, los Eres. Son los conocidos expedientes de regulación de empleo. Antes de esta nueva terminología las empresas en crisis, muchas las disimulaban, hacían la también triste suspensión de pagos. Hace veintiún años escribí el texto que relato a continuación. No existían los Eres ni las suspensiones de pagos pero mucha gente de aquí se tenía que marchar allende nuestras fronteras a buscarse el pan. No eran los inmigrantes que venían y a los que muchos vecinos nuestros les entra el repelús y vomitan xonofobia. Es la historia de un español que, como otros muchos, tuvieron que marcharse para ahuyentar el asco y dignificar su vida. Y como bastante tristes son las partidas y sus despedidas sólo quise reflejar ese último abrazo con su pareja. Porque lo único hermoso de una despedida es ese abrazo intenso lleno de dolor, y de amor. Y he aquí esa tierna historia de un amigo que se marchó y del que fuí testigo en el último adiós.
" La besó en el jardín cogidos de la cintura, en una soleada mañana antes de partir el tren. ¿por qué me gustarán tanto los trenes?
Ella entornó los ojos mientras que, con su boca apresurada, apresó los labios de él. Se fundieron en un interminable pero limitado abrazo. Cerca del sauce y bajo su sombra, sin despegarse ni un ápice de distancia, se dijeron las últimas palabras. Palabras que salían más del alma y de la hirviente sangre que de la garganta.
Se miraron otro instante y sin el más ligero parpadeo. El último de los instantes con su mirada final. Él le alisó con ternura temblorosa el cabello y ella le censuró una lágrima. Una lágrima incontenida que secó con su pañuelo. Como consuelo y deseo le pronunció el último "te quiero" y él se abrasó por dentro.
El andar dudoso -por si quedarse o partir- de espaldas y con la bolsa de viaje nubló definitivamente sus ojos y se le perdió la mirada.
La mañana era blanca, lúcida, limpia y soleada. Más, qué torpeza la suya, ni reparó en ella y la recordó durante años turbia y molesta. Luego fuí yo quien acompañó a ese hombre muerto de miedo e inundado de sollozos. Empezaba su aventura y prometió su regreso".
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

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