lunes, 30 de noviembre de 2009

PENA DE MUERTE

Desde muy pequeño fuí contrario a la pena de muerte. En mis primeros años por intuición, más tarde por convicción. Nunca he entendido la vengativa premisa "ojo por ojo y diente por diente". No existe mayor premeditación y alevosía que ajusticiar, previa condena y a veces sumarísima, a un reo, por muy asesino que sea.
La gama de crueles asesinos ha sido, es y será amplísima. los hay de toda condición y colores. Los asesinos en serie -auténticos psicópatas-, los que quitan la vida en un arrebato o calentón, los que lo hacen en defensa propia, los que protegen su propiedad, los terroristas en honor a una ideología o los que abanderan una religión.
Los romanos eliminaban a los cristianos seguidores de un líder que amenazaba las estructuras imperantes, los cristianos ejecutaban a los moros inventándose una cruzada religiosa que escondía intereses econónicos, los nazis asesinaban a millones de etnias que no eran la aria y los integristas islámicos, en nombre de otro dios, cunden el pánico con sus guerras santas.
Ni las Santas Inquisiciones, ni las grandes cruzadas, ni en nombre de ningún dios que siempre se utiliza en vano, han tratado al prisionero con una mínima dignidad y siempre han prevalecido sus crueles actos antes que la caridad y el perdón, normas aconsejadas en cualquier religión.
El asesino mata, el sádico tortura, el verdugo ejecuta, el violador invade y el maltratador veja. Pues que se aplique, para cada caso, la condena correspondiente pero jamás se hará justicia preconizando una nueva injusticia. Que se resuelvan sentencias ejemplarizantes, largos años de condena, incluso la cadena perpetua para aquellos asesinos cuyos informes pertinentes demuestren que el acusado sigue siendo un peligro en la sociedad.
Pero ningún Estado, sea dictatorial o democrático, puede dar muerte a un condenado. Porque en defensa de la justicia comete la misma atrocidad que empleó el ejecutado. Y no pueden ni deben ponerse nunca al mismo nivel. Es cierto que las víctimas de los asesinos no resucitan nunca y que sus familias no los podrán jamás rescatar. Pero dictar justicia no significa volver a matar.
Que el acusado cumpla largos años de cárcel si es culpable. Si es inocente hay tiempo de por medio para que su caso se revise y pueda ser liberado. Cuántas personas han sido ejecutadas y más tarde se demostró que hubo un error, que no eran ellas, que aparecieron luego los verdaderos culpables. Tampoco en estos casos puede revivirse al injusto ajusticiado.
Durante estos días numerosas organizaciones no gubernamentales, entre ellas Amnistía Internacional, están realizando una campaña a nivel mundial contra la pena de muerte. Muchos ayuntamientos se adhieren a esta noble propuesta con el fin de que las voces más poderosas, las que finalmente deciden, erradiquen esta práctica o disuadan a quienes las apliquen, sugiriendo su abolición.
Si tú, que estás ahora en la otra parte, compartes esta idea me alegraré doblemente, porque ya somos más. Si por el contrario piensas que la pena de muerte está justificada, reflexiona un poco. Si eres creyente ningún Dios justifica tal acción, y si no lo eres, que el culpable envejezca en la cárcel. Tiempo tendrá para arrepentirse o para martirizarse. Pero no nos pongamos, nunca, a su monstruoso nivel. Perderemos nosotros, también, la dignidad.
Música sugerida: ADAGIO. Secret Garden.

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