viernes, 20 de noviembre de 2009

EL MENSAJE

En tiempos muy ancestrales los individuos se comunicaban a voces, y cuando no existía todavía el lenguaje lo hacían con sonidos onomatopéyicos. Voceaban entre las montañas y por los valles, inventando el original eco. Más tarde, con la invención del fuego contactaban con señales de humo.
En la Grecia antigua Filípedes inmortalizó la Marathón cuando recorrió esta localidad con Atenas, 42 kilómetros, para anunciar una victoria sobre los persas poco antes de morir desplomado. En época medieval utilizaban los nobles como mensajería los halcones, y hasta el bueno de Robin Hood se servía de las aves para lanzar consignas de emboscadas.
Luego surgió la revolución del correo postal cuyo transporte era el caballo o las diligencias. Más rápido fue el correo con el ferrocarril hasta que el último grito lo protagonizó el invento del teléfono y el telégrafo, cuya tecnología bautizó el famoso Sos mediante el morse. Pero aún se retornó al viejo recurso de las palomas mensajeras para puntuales operaciones militares, discreción no detectada por el enemigo.
El avión superó en rapidez a los trenes, navíos y palomas aunque nunca pudo competir, por su alto coste, con el teléfono y el telégrafo, ya muy comercializados y asentados en la sociedad. Parecía después que el fax iba a ser el invento definitivo hasta que asomó el móvil, obrándose el último milagro con Internet.
Nuestra especie humana siempre ha tenido la necesidad de comunicarse. Las viejas cartas, la llamada intempestiva, una suplicada urgencia. Y se han comunicado en sucesivas generaciones y desde los tiempos remotos todas aquellas cosas que siguen perdurando. El amor, el desencuentro, la advertencia, el sufrimiento, el reclamo del socorro, la alerta del peligro, la firma de una paz, el genocidio o el último eclipse.
Pero a mí, el mensaje que siempre me ha gustado es el de la botella. Poco ecológico pero muy romántico. Y este vidrio ha servido, muchas veces, de salvavidas bien para el típico náufrago o para el reo fugitivo. Introducir un mensaje en una botella corre sus riesgos. Puede que se hunda, puede ser devorada por un insensato animal acuático o puede que surca los mares o descienda por los ríos y alguien, desde el otro lado, se encuentre con ella. Al fin y al cabo no deja de ser un tributo a la esperanza. Y existen muchas personas, inmersas en su soledad, que lanzan esa botella más que para un presunto rescate, simplemente para que les entiendan.
No obstante, no hacerlo. Bastante contaminados están ya los ríos y los mares para alimentar su suciedad. Existen otras formas para que la gente se cuente cosas. Por ejemplo en un blog. Por ejemplo en El Diván del Desencanto. Salud y abrazos.

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