El juguete siempre ha existido aunque no tan sofisticados como ahora. Seguramente hoy se expanden por todos los rincones e hipnotizan ojos inocentes por necesidades comerciales y por intereses en aras de un mayor beneficio económico. Antes se reciclaba cualquier material y se reconvertía en un juguete y a partir del invento entraba en escena la fantasía, la creatividad, la inspiración, la invención de historias que transformaban los sueños en una manifestación de energías y en una liberación de adrenalinas. Existía una interacción entre el objeto y quien lo utilizaba, creándose una magia entre lo inanimado del cachivache y el sentimiento de quien necesitaba disfrutarlo.
Hoy los niños tienen menos opciones de elegir. Los chismes del juego no suelen implicar a la imaginación, siendo el juguete quien absorbe toda la atención y minimiza la inventiva. En cuanto a los adolescentes el problema se engrandece. Los juegos preferidos, esos que se visualizan en una pantalla, dejan menos margen de maniobra. No predominan las habilidades para el desarrollo del pensamiento, de la habilidad, del reflejo mental. Abunda el mensaje destructor, agresivo, exterminador, no importando a quién hay que quitar de en medio; simplemente se elimina a quien el programa decide liquidar. Poco importa que los ajusticiados en el paquete sean los buenos, o los mejores, o los héroes, o los últimos supervivientes. Hay órdenes de ejecución y punto.
La capacidad de pensar por uno mismo se relativiza, la posibilidad de cuestionar los mandatos se reduce, la opción de juzgar decisiones no están previstas y la oportunidad de cambiar las reglas del juego son inexistentes. No cabe por tanto margen de réplica, ni de protesta, ni siquiera de indignación. Las drogas de estos videojuegos adormecen y esclavizan a quienes los consumen y el paso de la ficción a la realidad es demasiado estrecho. Son programas teledirigidos a la manipulación, al riesgo de rozar la brutalidad, a no reconocer lo que es mentira a lo que es verdad.
Allá cada cual con sus preferencias. Pero, si tuviese que elegir entre un adolescente en fase de caída al vacío o un niño perdido en la babia que aún puede recuperarse en los valores solidarios, prefiero salvar al niño que todavía es educable que evitar la decadencia voluntaria del consumista consciente y atrevido.
Por eso compañeros del blog, amigos del Facebook, leales lectores que amáis la prudencia, si tenéis hijos, sobrinos, nietos, ahijados, bambinos preferidos o pequeños ensimismados, regalarles cosas que activen la imaginación, que sean solidarias, que se puedan compartir y que les ayuden a crecer con dignidad y con lozanos sentimientos. Las demás ofertas favorecen los egos, los fantasmas, las imbecilidades y las postreras angustias. Mejor prevenir ahora que ser víctimas de un posterior e impotente arrepentimiento.
Música sugerida: SUNDAY GIRL. Florrie Arnold
QUÉ NOMBRE TAN CORTO...
Hace 8 años
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