Llevo una temporada, demasiado para mí, rodeado de moscas. Si las encuentro en mi casa es que están en todas partes, también en vuestras casas. Pero este detalle tan compartido no me consuela nada. Abres una ventana y se cuelan en un santiamén. Vuelvo a abrirla para que salgan por donde vinieron y entran dos más. Y yo me pregunto dónde se esconden, dónde duermen la siesta, dónde pernoctan con los aires fríos.
Nunca me gustaron, ni su aleteo ni su insistencia en meter las narices donde nadie les invitó. Son listas y tienen mala sombra. Rosigan las narices mientra uno descansa; revolotean fuera de la mampara mientras me ducho, saltándose los permisos para intimidades que no invité; me las encuentro pisoteando el titular de una página del periódico, antes de que mis ojos comiencen su lectura; se introducen en la galería para ver cómo pones la lavadora; me siguen por los pasillos, por los rincones, por las estancias.
Y cuando más molestan es a la hora de comer. Tengo que acabar con el guiso antes de que aparezcan, tengo que apurar el sorbo de vino, o la fresca cerveza antes de que observen mis intenciones. Si me distraigo son capaces de consumir un culo de vino antes de ahogarse en él, resbalarse en una gota de aceite de la ensalada, husmear la fruta madura y festejar un postre dulce como si lo hubieran comprado ellas mismas en la confitería.
No las aguanto. Antes las veía desde comienzos de primavera hasta inicios de septiembre. Ya estamos finalizando el año y acabando de instalar los belenes con sus luces y sus estrellas. No es posible que aún estén por aquí. No es posible que no estén en el lugar que ahora les corresponde, ese idílico estado de hibernación. No es posible que prolonguen su incómodo papel de moscas cojoneras, porque el invierno ya llegó. A no ser que su presencia, ya casi eterna, se deba al amenazante cambio climático.
No las quiero. No me gustan. Y por eso me acuerdo de amigos protectores de animales, en plena tertulia de sobremesa, con el matamoscas preparado para cazar alguna al vuelo. O aquellas otras amistades, todas antitaurinas, echando insecticida para extinguir los odiosos insectos. ¿En qué quedamos pues? ¿Los animales son todos los que son? ¿Son todos los seres vivos aparte del ser humano? ¿Las moscas? ¿Los mosquitos? No quiero saber nada. No me gustan las moscas, ni las moscardas, ni los abejorros. Espero que algún día me dejen en paz y no se acostumbren a mí.
Y, no siendo un aficionado rockero, aprovecho el texto de este rincón del Diván para colgar a un grupo de mi ciudad. A ellos tampoco les gustan las moscas, aunque nunca se sabe.
Música sugerida: LIBERTAD. Alademoska
QUÉ NOMBRE TAN CORTO...
Hace 8 años
Muy buena la disertación de las moscas y muchas gracias por sugerir una de nuestras canciones.. Un fuerte abrazo..
ResponderEliminarTito (cantante y guitarra de ALADEMOSKA)